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La gelatina como refugio

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Foto: cortesía de Ale Valrizo


Hay momentos en los que la vida se detiene. Para muchas mujeres, ese silencio se volvió el punto de partida para crear algo nuevo. Entre moldes, colores y recetas, encontraron una forma de sanar. La gelatina se convirtió en su refugio: un espacio pequeño, paciente, donde las manos ocupadas ayudaron al corazón a volver a creer.

En este reportaje reunimos las voces de Ale Valrizo, Hortencia Cleto, Dulce Cisneros, Brenda de la Rosa, Lidia García y Gabriela Galicia Rico; mujeres que, desde distintos rincones de México y EUA, encontraron en la gelatina un refugio, una fuente de sustento y una forma de sanar.

Ale Valrizo comenzó a preparar gelatinas en un momento de duelo. Tras la pérdida de su madre, buscó en la repostería una manera de distraer su mente, sin imaginar que se volvería su compañía más fiel. “Hacerlas me sacaba de mi depre”, cuenta. Pasaba las noches viendo tutoriales y practicando nuevas técnicas. “La gelatina ha sido parte de mi vida; me abrió las puertas en muchos sentidos”.

Hortencia Cleto también encontró en la gelatina una oportunidad para renacer. Después de atravesar una etapa complicada, decidió retomar su creatividad como una manera de volver a empezar. “Con miedo, pero hay que hacerlo”, repite con convicción. “La gelatina me sacó adelante. Me ayudó a salir de la depresión y a creer en mí misma. Cuando enseño, no solo transmito una técnica, comparto un pedacito de vida”.

Para Dulce Cisneros, las gelatinas se convirtieron en una forma de agradecer. Después de una pérdida dolorosa, volvió a la cocina con un propósito distinto: sanar. “Empecé haciendo gelatinas para no pensar tanto, y terminé encontrando en ellas una manera de dar amor”, comparte. “Cada una tiene una parte de mí, porque cuando hago una gelatina pienso en las personas que la van a disfrutar. Es mi manera de seguir presente, de decir ‘aquí estoy’”.

Brenda de la Rosa descubrió en la gelatina su motor y su voz. “Fue mi resortito para impulsarme”, dice al recordar el momento en que su trabajo fue reconocido por Talentos Duché. “A veces no creemos en lo que hacemos, pero cuando alguien te ve, cuando reconocen tu esfuerzo, todo cambia. Yo aprendí que no hay que darse por vencidos, que siempre hay que intentar las cosas y no dejarnos llevar por lo que creemos que los demás puedan pensar”. “La grenetina es mi ingrediente secreto y el entusiasmo con el que las hago”.



Lidia García lleva en la memoria los sabores de su familia. Aprendió a cocinar gelatinas observando a su padre y, con los años, convirtió esa herencia en un lenguaje propio. “Cuando me dicen que mi trabajo tiene algo especial, pienso que es porque está hecho con cariño, con historia”, comenta. “Hacer gelatinas me conecta con lo que soy, con lo que viene de mi casa”. Su taller es, más que un negocio, un espacio donde las tradiciones se conservan vivas a través de cada color y cada aroma.

La historia de Gabriela Galicia Rico es la de una mujer que encontró en las gelatinas el sostén de su vida y la manera de cumplir un sueño familiar. “Yo le cumplí su sueño a mi mamacita, le dije que esta iba a ser su casa hasta que Dios la llamara, y así fue. Ahora yo vivo aquí, disfruto de mi esfuerzo y sigo al pie del cañón”. Aprendió sola, leyendo las instrucciones impresas en las bolsas doradas de grenetina Duché: “Nadie me enseñó. Dicen que es prueba y error; las primeras no eran muy bonitas, pero la práctica y el tiempo ayudan a que cada vez luzcan mucho mejor. Yo me las ingeniaba para cortar, trazar o cuando no tenía moldes; es lo que sale del ingenio y la creatividad, porque cuando uno ama lo que hace no hay límites”. En los momentos más difíciles, su oficio la sostuvo: “Mirando mis creaciones les llegué a decir a mis gelatinas ‘perdónenme porque abandoné todo y ustedes me han dado lo que soy’. Porque llegué a tener dinero en mi bolsillo y un techo que se dio gracias a mis gelatinas”. Hoy comparte su experiencia con generosidad: “Yo siempre le he dado la mano a quien viene atrás, es más fácil cuando alguien ya caminó por ahí. La clave está en insistir, ser constante; las cosas fáciles a cualquiera se le dan, pero quienes lo logran es porque sintieron amor por hacer lo que querían”. Y resume su esperanza: “Sé que no ha sido un buen año para mí, pero voy a poner todo de mí porque quiero cumplir mis sueños que no he terminado de concretar; si Dios me da vida. Ahora tengo ese empujoncito que necesitamos como el de Coloidales Duché; gracias por haber volteado a verme”.

Cada una de estas historias nos recuerda que la creatividad puede ser una forma de resistencia. Que una receta, un molde o una idea pueden abrir un camino cuando todo parece cerrado. Las gelatinas no solo decoran mesas: también reconstruyen vidas, unen generaciones y enseñan a empezar de nuevo. Porque cuando una mujer encuentra en su oficio un motivo para seguir, nada vuelve a ser igual.